martes, 24 de abril de 2012

EL PLACER DE COMPLACER. El placer de complacer al otro (a) es una de las necesidades humanas más importantes y menos considerada en los estudios científicos de la conducta. La mayoría de las investigaciones se centran en lo que siente y desea la persona que goza o recibe el placer. Comprender la psicodinamia del placer de complacer ayudaría a que hubiera más personas interesadas en satisfacer a su pareja y no solo a la espera de que ésta los complazca a ellos (as). Desde el nacimiento y hasta la muerte, el ser humano tiene la necesidad de experimentar el placer mediante la satisfacción de sus necesidades primarias, como son la alimentación, el vestido, la salud, el hogar, el sexo, y muchas más. El pequeño bebé necesita que su madre le brinde placer al alimentarlo, al acunarlo, al cantarle, al cambiarlo, al quererlo como es, etc. Estas experiencias placenteras le hacen sentirse vivo, querido y deseado, lo cual estimula su deseo de crecer, de amar y corresponder a las personas que lo gratifican en sus necesidades. Conforme crece, el bebe que se transforma en niño, en adolescente y en adulto, tratara a los demás como se haya sentido tratado por sus padres, esencialmente su madre en sus primeros años de vida. Si se sintió amado, deseado, cuidado y bien atendido, habrá introyectado en su mente las figuras buenas y amorosas de sus padres, de manera que se identificará con esos modelos y tratará de ser como ellos, brindando atenciones a los demás de manera amorosa. En el terreno de la sexualidad, quienes son capaces de brindar caricias a sus parejas por el placer de complacerlas, son muy buenos amantes, porque se preocupan por satisfacer las necesidades sexuales y afectivas de su pareja, lo cual les resulta placentero, independientemente del goce que su pareja les retribuya. Saber que el otro está siendo complacido en sus necesidades resulta gratificante y estimulante para estas personas, que suelen excitarse al ver como disfruta su pareja con las caricias, palabras o conductas sexuales que se le ofrecen amorosamente. De esta manera se establece entre ellas un vínculo placentero y la persona que ha recibido, se siente comprometida a corresponder a su partenaire de manera similar, aunque sin sentirse exigido; lo hará de manera voluntaria y gozosa, pues el haber recibido el placer le hace sentirse amado y con deseos de amar a su compañero (a) sexual. En este proceso es vital una adecuada comunicación, haciéndole saber al compañero (a) cuáles son las cosas que más placer producen y cuáles son incomodas. Un buen amante no se molestara si su partenaire le dice que algo que él cree placentero, no es tal. Por su parte, si quien recibe el placer sabe guiar a quien se lo brinda, ambos aprenderán a complacerse con más facilidad en un inter juego de reciprocidad afectuosa. El placer de complacer se inserta en un círculo virtuoso, en el que a cada giro se mejora y eleva la calidad de la relación de pareja, pues hay un interés mutuo por brindarse placer y gozar con hacerlo. Esto lo pueden hacer las personas que se han sentido amadas en su infancia y que han crecido con una personalidad y una autoestima fuertes y seguras de sí mismas, que han aprendido a gozar en la interacción con los demás, que no se sienten culpables ni malas por brindarse placer y disfrutar con ello; suelen ser más responsables de sus actos y exitosas en casi todos los campos de su vida, se interesan por los demás, saben disfrutar de las cosas buenas que les da la vida, se sienten menos culpables y no necesitan auto castigarse, y el sentirse queridos (as) los lleva a desear compartir con los demás ese placer, preocupándose por satisfacer sus necesidades para demostrarles su interés y amor. Para saber complacer al otro (a) y gozar con ello, es necesario no temerle al placer y vivir la sexualidad como algo bueno, placentero y maravilloso, despojado de los prejuicios milenarios que han hecho creer que la sexualidad es algo malo, que el goce y el placer deben reprimirse o cancelarse. Nada más alejado de la realidad que tales prejuicios. Cuando por algunas razones no se contó con una infancia y adolescencia satisfactorias, las personas pueden aprender a gozar cuando brindan placer a su pareja y de esta manera enriquecer su vida sexual, emocional y conyugal. El aprendizaje se puede lograr de varias maneras: asistiendo a talleres de sexualidad y auto estima, leyendo literatura científica adecuada, compartiendo con la pareja información, recibiendo orientación profesional o asistiendo a terapia individual o conyugal. Lo importante es que la persona y/o la pareja tengan el deseo de mejorar la calidad de sus relaciones y que predomine el interés por el placer de complacer al ser amado. EDUCAR PARA EL PLACER. Desde su nacimiento, los seres humanos requieren satisfacer muchas necesidades para su sobrevivencia. Conforme van creciendo, esas necesidades van cambiando. Primero son las necesidades de respirar oxigeno, de alimentarse, de ser cuidado y aseado, de ser acariciado, protegido contra las inclemencias del clima, para pasar después a las de sostén y estimulación para el desarrollo intelectual y emocional, así como las gratificaciones de las necesidades de carácter sexual que se presentan ya desde la cuna y se manifiestan de diferentes maneras: el bebé que tiene necesidad de mamar el dedo o el chupón después de quedar satisfecho con la leche y que necesita que se le acaricie la piel para tranquilizarse y dormirse; el niño que disfruta con el control de sus esfínteres y las sensaciones placenteras que le brinda su cuerpo cuando ha aprendido a controlar el momento de expulsar las heces fecales; el niño (a)que manifiesta placer cuando su madre lo baña y asea sus genitales; el pequeño (a) que manipula sus órganos sexuales y encuentra placer en ello, son solo unas muestras de que ya desde la temprana infancia se presentan la excitación y el placer sexuales. La masturbación infantil existe en todas partes del mundo y la masturbación de los adolescentes es cosa de todos los días y en todas las culturas, como medios de obtener un placer auto erótico, sin causar ningún daño a nadie. Freud postulo la existencia de un Principio del placer que le sirvió para explicar la gran necesidad de los seres humanos por obtener satisfacción a lo largo de su vida: en el comer, en el vestir, en el convivir, en el trabajar, en el estudiar, en el viajar, en el descansar, pero esencialmente en las relaciones sexuales. Cuando el Principio del placer es estimulado y la persona vive gratamente complacida, suele tener motivación para hacer muchas cosas con gusto y alegría por el placer que obtiene. Pero también suele verse afectado por muchas vicisitudes a lo largo de la vida, esencialmente en la primera infancia, con la actitud que los padres tomen acerca de lo bueno o malo que para ellos les parezca el permitirse disfrutar de la vida y de su sexualidad. Por cuestiones ideológicas y religiosas, muchas personas tienden a reprimir las manifestaciones de placer sexual que ven en sus hijos o en sus alumnos, haciéndoles sentir que hacen mal al experimentar gozo con lo que hacen, esencialmente si eso está en conexión con la sexualidad: el tocarse el cuerpo, el observar a los demás, el curioseo sexual infantil y sobre todo la masturbación infantil y adolescente. Con estas actitudes, muchas veces reforzadas por las creencias religiosas, se trasmite el mensaje de que “el placer es cosa del diablo” o de que “no debes pecar con tu cuerpo, ni con tu mente”, prohibiéndoles hasta las fantasías; con el ánimo de impedir que logren experimentar el placer sexual sanamente, se provocan muchos conflictos emocionales pues los chicos luchan contra el deseo de complacerse y el deber de lo que les han hecho creer que es lo bueno y que implica reprimir sus deseos. Muchos de ellos, cuando se han permitido complacer el deseo, se sienten culpables y entran en conflictos que los pueden llevar a presentar trastornos en su conducta, tales como: alteraciones en el sueño, en la alimentación, en el funcionamiento de su cuerpo, como mojar la cama, comerse las uñas, arrancarse el cabello, aislarse de los demás, padecer de colitis, de asma o de anorexia y bulimia, como una manera de castigarse por haber roto con las prohibiciones de sus padres y en la vida adulta sus dificultades sexuales son muchas y variadas. Educar para el placer es una buena manera de evitar muchos trastornos emocionales y sexuales y podría ayudar a contrarrestar los índices de violencia familiar y social, pues cuando las personas aprenden a disfrutar de lo que tienen, sin culpas ni miedos, viven más complacidos y con muchas menos frustraciones y enojos. Educar para el placer lleva implícito concebir a la sexualidad como algo bueno, sano y maravilloso que si es vivida con respeto y responsabilidad hacia la persona y hacia los demás, brinda muchas experiencias placenteras que sirven para fortalecer la autoestima, incrementar la motivación para hacer las cosas y prepara a las personas para el amor sin miedos ni culpas y por lo tanto sin agresión y sin tantas frustraciones. Educar para el placer es una responsabilidad paterna que conlleva el tener que prepararse con información adecuada, hablar con honestidad y claridad con los hijos sobre todas sus inquietudes, curiosidades y conductas sexuales, ser congruentes entre lo que dicen y lo que hacen como pareja. Implica no asustarse con la sexualidad y poder hablar con los hijos sobre los riesgos y peligros que existen cuando no se sabe administrar el deseo; informarles a los adolescentes del uso de los preservativos y los métodos de control de la natalidad, de los riesgos de las enfermedades de trasmisión sexual, así como de los riesgos de sufrir experiencias de abuso sexual, de la importancia de cuidar su cuerpo y de respetar el cuerpo y la persona del otro (a), son solo algunos de los puntos a considerar cuando se educa para el placer con responsabilidad y sin culpas ni miedos. Al educar para el placer debe considerarse que ambos sexos tienen los mismos derechos de disfrutar en las relaciones sexuales, que todos los seres humanos merecen ser tomados en cuenta para satisfacer sus necesidades emocionales y sexuales en un clima de armonía y respeto y que no se debe mezclar la agresión con el placer. Si se le pierde el miedo al placer, será más factible educar a los hijos para que aprendan a administrarlo con responsabilidad y logren disfrutar mejor de todo aquello que emprendan y decidan realizar, sea o no de índole sexual.