jueves, 26 de julio de 2012

CUANDO LA FAMILIA DESARMA A LA PAREJA.

Las relaciones conyugales y familiares son muy complejas y ricas en problemas y soluciones. Pueden llevar al individuo al Paraíso o al infierno. Cuando la familia se opone a la pareja, la sexualidad es el primer aspecto de la vida conyugal que se ve alterado por las angustias que giran sobre la misma. La paradoja es que quien le da origen a la familia, la pareja, es quitada del camino por su creación. Como si la pareja hubiera creado su Frankenstein. Es normal que durante el embarazo, sobre todo en el primero, la mujer tienda a replegarse sobre sí misma y que sobrecatexie su cuerpo en demérito de sus relaciones conyugales. El varón es el primero en resentirlo y llega a interpretar esta conducta como señal de abandono y de ya no ser amado por su pareja. Debido a que la mujer se encuentra concentrada en sí misma, por los cambios fisiológicos y psíquicos de su gestación, no se da cuenta del descuido en que se siente su cónyuge y tiende a mal interpretar sus demandas y reclamos de mejor atención. Como el hombre desconoce estos fenómenos, no comprende que su pareja requiere de una mayor comprensión y apoyo de su parte y esto los lleva a mal interpretarse, surgiendo los primeros mal entendidos, que si no se hablan a tiempo, suele dejar serias cicatrices en la relación. En muchos casos el varón recurre a la infidelidad como vía de escape durante el primer embarazo de su mujer, pues se siente como niño abandonado por ésta y busca refugiarse en los brazos de otra, de quien espera lo que cree haber perdido con su esposa. Ante este distanciamiento afectivo, la mujer suele sentirse más abandonada e incomprendida y se refugia más en sí misma depositando en su futuro bebe, sus ilusiones, expectativas e idealizaciones que su compañero ha dejado de lado. Lo mismo le puede pasar a la mujer, que ante su embarazo, tiende a disociar la maternidad de su sexualidad y se niega o resiste al contacto sexual con su pareja. De esta manera, el mal entendido retroalimenta al círculo vicioso y cada vez se incrementa más la distancia emocional y se hacen más débiles los lazos amorosos de la pareja. Cuando nace el hijo, uno de los dos o ambos, tienden a depositar en él sus expectativas para mejorar la relación y toda la energía libidinal se canaliza hacia el bebe, descuidando el mantenimiento de la relación conyugal. Es normal que durante los primeros días post parto, la mujer se concentre en el idilio con su bebe y se funda en la simbiosis con él, pero corresponde al padre rescatar a su mujer, alrededor de los 30- 40 días, de esa simbiosis, para sacarla de su ensimismamiento maternal y restaurarla en sus roles conyugales. Este rescate es beneficioso, tanto para la pareja, como para el bebe, que es ayudado a salir de dicha fusión simbiótica. Si bien es cierto que el bebe requiere de todo el apoyo paterno para sobrevivir, también lo es que la pareja requiere darse tiempo en cantidad y calidad para restablecer sus lazos conyugales que se han debilitado por la inversión libidinal en el hijo y en la maternidad y paternidad, así como por los temores despertados por estas funciones y que son reactivados por los núcleos no resueltos de la historia infantil de cada cónyuge. La llegada de los hijos suele despertar envidias y celos en los cónyuges, sobre todo cuando la catexia libidinal se vuelca sobre los niños. Son muchas las parejas que abdican su relación conyugal y se mantienen juntos solo por "el bien de los hijos", pero no se dan cuenta de que si les preguntaran a éstos, les recomendarían la separación ante las dificultades para armonizar su relación. Pero la ruptura conyugal no siempre se da con el nacimiento de los hijos, a veces se da desde el embarazo, como en los casos en que el hombre deja de tener relaciones sexuales con su joven y deseosa mujer, por temor a dañar al feto o porque el vientre de su pareja le recuerda al de su madre y las angustias edípicas lo paralizan impidiéndole el deseo sexual. Cuando se deja de tener contacto sexual por el temor al embarazo, los lazos se diluyen, pues la mujer se siente relegada y tiende a refugiarse más en su función maternal. Otras veces es el hombre quien se siente desplazado por el feto-hermano-rival que ha engendrado en su mujer, a la que mira con deseo y con temor. En otros casos la ruptura de los lazos afectivos de la pareja se da en cierta edad de los hijos, que coincide con hechos importantes ocurridos en la vida de alguno de los dos, cuando tenía la misma edad de su hijo, tendiendo así a repetir la historia, razón por la que el recuerdo, la repetición en la transferencia y la elaboración son de vital importancia en el psicoanálisis, para romper con la compulsión a la repetición. Después de la relación con los padres, las relaciones de pareja son el espacio en donde se ponen en juego una infinidad de escenificaciones afectivas en las que intervienen los mecanismos defensivos más primitivos. Pero también son el espacio en donde se puede reprimir, sublimar los más bajos instintos, idealizar, desplazar, etc. Es un lugar en que se ponen en juego las capacidades creativas y amatorias del ser humano. El narcisismo se nutre constantemente en una buena relación conyugal o muere de anemia libidinal en una tormentosa vinculación. Es triste ver como algunas parejas se apagan cuando el brillo de los hijos los opacan, por no poder diferenciar lo conyugal de lo parental. Es necesario que se de mayor atención a los mecanismos psicológicos que intervienen y a los que interfieren en las relaciones de pareja, para que se fortalezcan los primeros y se neutralicen los segundos. Existen instituciones dedicadas al cuidado y atención de los niños, de los adolescentes, de los ancianos y de la familia, pero no los hay interesados en el estudio y fortalecimiento de las relaciones de pareja. Si la cabeza no funciona bien, los pies darán traspiés. La pareja debe saber que se enfrentara a múltiples obstáculos a través de su larga o corta vida, pero que todos pueden ser sorteados con éxito si los enfrentan juntos y en equipo. dr_perezmora@yahoo.com