viernes, 7 de mayo de 2010

COMPARTIENDO LA PAREJA.

La mayoría de las personas se casan o unen en una relación exclusiva, de la que queda proscrita la idea de que cualquiera de los dos mantenga relaciones sexuales y/o amorosas con un tercero (a). Sin embargo, la realidad desmiente estos sueños e ideales de posesión exclusiva, pues como es sabido por los estudios estadísticos, la infidelidad ocurre en más del cincuenta por ciento de la población y ésta ya no es privativa del género masculino: las mujeres están aumentando su participación. Compartir a la pareja, es una idea que casi todo mundo rechaza, pero que muchos viven como una realidad, aunque la niegan o evaden para no enfrentarse al hecho de la separación.
Algunas personas gustan de compartir a su pareja con otras personas de manera consciente y hasta premeditada. En estos casos no se puede hablar de infidelidad, pues si ambos lo han acordado, cualquiera de ellos puede tener relaciones sexuales con otra persona, como sucede con los que practican el intercambio de parejas o swingers. En estas situaciones, compartir a la pareja resulta excitante y en algunas circunstancias es una manera de abatir el aburrimiento, en otros casos, la pareja se fortalece con la experiencia y en otros se extingue en la aventura.
Pero existen millones de personas que se ven obligadas a compartir a su pareja en contra de su voluntad consciente. En estos casos quien se mantiene fiel a la relación es quien sufre por la conducta del otro (a), que busca en otra cama lo que no encuentra en su casa. Es el caso de la señora que sabe que su esposo tiene otra pareja y no se atreve a reclamarle por el miedo a que éste la rechace y decida irse a vivir de planta con la otra. La famosa frase de que “no me importa con quien ande siempre y cuando no me deje” o la otra “mientras yo sea la catedral que tenga las capillas que quiera”. En ambos casos hay una aceptación tácita de que el otro es compartido con extrañas, o a veces conocidas. Por cuestiones culturales y de imposición masculina, es más común que sean las mujeres las que acepten tacita o calladamente el compartir a su hombre. En cambio éstos se revuelcan contra la idea; aunque también están los que por miedo a ser reclamados en su insuficiencia masculina o a ser abandonados, se hacen de la vista gorda y permiten que su mujer tenga amoríos con terceros. Es el famoso cornudo feliz.
Pero también está el caso inverso. El hombre que tienen amoríos con una mujer casada, la tiene que compartir con el marido, pues quiera que no, al seguir siendo la esposa está expuesta a tener relaciones sexuales con él, aunque este enamorada del amante. Las mujeres que salen con casados, también se ven en la situación de que éstos tienen que llegar a su casa y cumplir sexualmente con su mujer, aunque sea esporádicamente. Pero la compartición no solo es sexual, sino también emocional. Quien tiene un amorío extra conyugal comparte a ambas mujeres y si la mujer con la que engaña a su esposa es casada, pues entonces la comparte con el marido, de tal manera que los tres o los cuatro se comparten entre sí. En el caso del hombre casado, que sale con otra mujer casada, éste comparte a la amante y a su vez él se comparte entre su mujer y al amante y si se da el caso de que el esposo de la amante, a su vez salga con otra mujer, la compartición de parejas es múltiple.
El deseo de posesión exclusiva de la pareja está fundado en los resabios de la infancia, cuando se tenía a la madre para uno solo y el narcisismo primario impedía compartirla con nadie más. Agregado a esto están las normas culturales que imponen la idea de la monogamia para preservar la transmisión de los bienes y para asegurar la paternidad de los hijos. Sin embargo, debido a que tanto como hombres como mujeres se guían por sus afectos y apetitos sexuales, cuando la relación conyugal no es todo lo satisfactorio que se desea, surge la opción del affaire con un tercero, con la ilusión de encontrar algo de consuelo y satisfacción en dicha relación, aunque también se tenga que compartir al otro (a). Algunas personas solo pueden continuar la relación formal insatisfactoria, cuando tienen un amante a la mano, pues sin ese desahogo, sienten que explotan por al agobio conyugal, el cual no se atreven a romper, argumentando mil razones: los hijos, las propiedades, la economía, el afecto a la pareja, aunque se le engañe, etcétera.
Así pues, son muchas más las personas que terminan compartiendo a su pareja, que aquellas que realmente se entregan en cuerpo, alma y corazón en una relación exclusiva. Una de las maneras de poder asegurar la fidelidad conyugal consiste en mantener viva la llama del amor, de la pasión sexual y del compromiso como pareja. Para lo cual es menester establecer una buena comunicación en todos los aspectos: emocional, sexual, económico, amoroso, personal y contar con disposición para quererse a pesar de las diferencias. Las parejas se unen porque desean tener sexo entre si y se separan o se distancian porque el sexo deja de ser tan placentero como lo anhelaban. Por ello es de vital importancia mantenerse muy activo y creativo en las relaciones sexuales y estar pendientes de que la pareja quede gratamente satisfecha. Cuando se sospecha de que algo anda mal, se debe dialogar y aclarar la situación. Si la pareja no lo puede hacer por sí misma, es el momento de buscar ayuda profesional, que permita continuar con la vida de la pareja, habiendo aprendido de la experiencia y resuelto los mal entendidos y los rencores destructivos.